Para Descartes, la primera verdad sobre la que ha de construirse el nuevo edificio de la filosofía es la certeza del yo pensante, de la cosa pensante ( res cogitans ), pues constituye el único punto de partida válido para asegurar que los conocimientos claros y distintos obtenidos por intuición son conocimientos firmes y verdaderos. Ahora bien, también hay conocimientos –Descartes los llama «ideas adventicias», representaciones cuyo contenido creemos que nos llega desde fuera– que se refieren al mundo externo y corpóreo que no podemos obtener con la misma claridad y distinción que exige la intuición. Los objetos materiales, como opuestos a la sustancia espiritual y pensante que es el yo, son concebidos por Descartes como cosa extensa ( res extensa ) y su conocimiento tiene lugar a través de los sentidos, los cuales pueden engañarnos. Sin embargo, esta apertura de las facultades sensibles e imaginativas a un mundo exterior ¿es realmente objetiva? Y en caso afirmativo ¿quién garantiz
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