El legado de Darío I
Las historias que componen la Historia global de la humanidad tienen
un valor incalculable, y gracias al legado que en su tiempo algunos se
propusieron conservar, hoy somos capaces de reconstruir nuestro pasado.
Prestad atención a lo que os cuento en esta entrada
porque tiene miga lo que ocurrió y cómo hemos llegado a saberlo.
Situémonos en Persia en el año 522 a. C. Su rey Cambises II se ve obligado a hacer frente a una revuelta encabezada por el mago Gaumata. Lo de mago no le viene a este señor porque fuese capaz de hacer trucos de magia sino porque los magos eran una tribu de Media que poseía su propia religión. El caso es que Cambises II no tiene éxito y no logra vencer la rebelión, y no se le ocurre otra cosa que suicidarse ante tamaño fracaso. Muerto el rey, su sucesor debía ser su hermano Esmerdis, ya que era requisito estar emparentado con la familia real. Pero hete aquí que Cambises II había temido con anterioridad que su hermano pudiera usurparle el trono, puesto que tenía que emprender una campaña contra Egipto, y ordenó que se lo cargaran mientras él iba de viaje. Los persas no sabían nada de este asesinato, y Gaumata, que no tenía un pelo de tonto, aprovechó el vacío de poder para hacerse pasar por Esmerdis y asumir el trono.
El caso es que este tipo fue rey de Persia durante unos ocho meses hasta que Darío I, que pertenecía a la guardia real, se entera de lo que pasa y decide acabar con esta situación enfrentándose a Gaumata. Y lo hizo muy bien porque, con la colaboración de seis nobles logró atraparle y asesinarle hacia el año 521 a. C. en la fortaleza de Nisaya. Y claro, tras este hecho, y dado que él estaba emparentado con la familia real por medio de una rama secundaria, asume el trono y se convierte en Darío I el Grande, y lo de grande no le viene ídem para definirle ya que reformó el imperio persa por completo dividiéndolo en 20 satrapías (provincias) y creó una estructura administrativa y económica espectacular en aquella época. De hecho, posteriores civilizaciones han imitado de alguna manera a los persas.
Bien, ahora ya sabéis los hechos, pero ¿cómo hemos podido nosotros llegar a conocerlos? Pues muy sencillo, aparentemente... Darío I decidió crear un legado que hoy en día es conocido como “La inscripción de Behistún”, un monumento de unos 50 metros de largo y 30 de ancho, que aún se encuentra en su emplazamiento original, en la pared de un acantilado en la provincia de Kermanshah al oeste de Irán. La podéis ver en la foto.
Y
si has leído hasta aquí, premio en forma de bonus porque en el texto
Darío nos cuenta el motivo de hacerlo en un sitio tan complicado como es
el acantilado. Como precaución, ordenó cortar la ladera pues pretendía que el acceso fuese muy complicado para evitar
su destrucción, quería que sus hazañas se conocieran y perduraran en el
tiempo para que las generaciones futuras conocieran su grandeza y la
transmitieran, y así quedó escrito en la piedra:
Situémonos en Persia en el año 522 a. C. Su rey Cambises II se ve obligado a hacer frente a una revuelta encabezada por el mago Gaumata. Lo de mago no le viene a este señor porque fuese capaz de hacer trucos de magia sino porque los magos eran una tribu de Media que poseía su propia religión. El caso es que Cambises II no tiene éxito y no logra vencer la rebelión, y no se le ocurre otra cosa que suicidarse ante tamaño fracaso. Muerto el rey, su sucesor debía ser su hermano Esmerdis, ya que era requisito estar emparentado con la familia real. Pero hete aquí que Cambises II había temido con anterioridad que su hermano pudiera usurparle el trono, puesto que tenía que emprender una campaña contra Egipto, y ordenó que se lo cargaran mientras él iba de viaje. Los persas no sabían nada de este asesinato, y Gaumata, que no tenía un pelo de tonto, aprovechó el vacío de poder para hacerse pasar por Esmerdis y asumir el trono.
El caso es que este tipo fue rey de Persia durante unos ocho meses hasta que Darío I, que pertenecía a la guardia real, se entera de lo que pasa y decide acabar con esta situación enfrentándose a Gaumata. Y lo hizo muy bien porque, con la colaboración de seis nobles logró atraparle y asesinarle hacia el año 521 a. C. en la fortaleza de Nisaya. Y claro, tras este hecho, y dado que él estaba emparentado con la familia real por medio de una rama secundaria, asume el trono y se convierte en Darío I el Grande, y lo de grande no le viene ídem para definirle ya que reformó el imperio persa por completo dividiéndolo en 20 satrapías (provincias) y creó una estructura administrativa y económica espectacular en aquella época. De hecho, posteriores civilizaciones han imitado de alguna manera a los persas.
Bien, ahora ya sabéis los hechos, pero ¿cómo hemos podido nosotros llegar a conocerlos? Pues muy sencillo, aparentemente... Darío I decidió crear un legado que hoy en día es conocido como “La inscripción de Behistún”, un monumento de unos 50 metros de largo y 30 de ancho, que aún se encuentra en su emplazamiento original, en la pared de un acantilado en la provincia de Kermanshah al oeste de Irán. La podéis ver en la foto.
![]() |
Vía Diario de Marduk Apsu |
Darío I
ordenó su realización en un acantilado en torno al año 520 a. C. con el
fin de que perduraran sus victorias en el futuro, quizá como argumento
propagandístico, y su valor historiográfico es enorme ya que narra en
primera persona cómo ocurrieron los hechos. Pero ahí no queda todo,
porque esta inscripción está escrita en tres lenguas diferentes, persa
antiguo, elamita y acadio, y ésta fue la clave para descifrar la escritura cuneiforme. En el siglo XIX, Sir Henry Rawlinson descifró primero el texto persa y despues los textos elamitas y babilónicos. Por este motivo se la ha llegado a denominar la piedra Rosetta de la escritura cuneiforme.
“Por
voluntad de Ahura Mazda, otras muchas cosas, que fueron hechas por mí
hay; todas ellas no se han escrito en esta inscripción, por eso, quien
esta inscripción en el futuro lea y dude sobre lo que ha sido hecho por
mí y no lo crea, que piense que no es mentira. Y si tú este testimonio
no lo ocultas se lo dices a las gentes, que Ahura Mazda te asista y a tu
estirpe y que tú vivas también mucho tiempo; pero si por el contrario
escondes este testimonio no lo cuentas a las gentes, que Ahura Mazda te
mate y tu simiente que no la conserves”.
Darío I logró plenamente su propósito: 2.500 años después su obra
sigue intacta.
Comentarios
Publicar un comentario